Termina enero, y con ello, además de terminar la temible cuesta también terminan los buenos propósitos que nos hicimos a principios de año. ¿O no…? Un artículo de David Quijano para el blog Me Cambio en El Salto Diario
Puede que no hayamos conseguido apuntarnos -o ir- al gimnasio, mejorar nuestra alimentación, dedicar más tiempo a la familia, empezar un voluntariado, hacernos socias de alguna ONG o consumir de forma más local y responsable. Sin embargo, de todos los típicos propósitos que suelen caer en el olvido, a menudo nos encontramos el de la solidaridad con quienes más sufren. Al respecto de ello, este pasado diciembre leí la reflexión de fin de año de Cristianisme i Justícia titulada “Ante el dolor de los demás: ¡parémoslo todo!”, que me impactó sobremanera, y espero que pueda inspirar a muchas personas a no olvidar el propósito de la solidaridad.
De hecho, el “dolor de los demás” lo encontramos en cualquier lado, en la esquina de casa, y en los barrios más desfavorecidos de nuestras ciudades, pero lógicamente merecen una atención especial las personas que lo sufren de una forma más terrible, ya sea por conflictos armados o por condiciones de vida extremas. Condiciones como aquellas en las que viven los 1.900 millones de personas que subsisten en situación de pobreza con 3,2 dólares al día, la mayor parte de ellas en países del Sur Global.
En el vasto escenario de desafíos que enfrentan estos países, la mayor vulnerabilidad a los efectos de la crisis climática o la dificultad de acceso a financiación son dos preocupaciones fundamentales. Las comunidades en estas regiones a menudo se enfrentan a obstáculos para acceder a los servicios financieros tradicionales, lo que limita sus oportunidades de desarrollo económico y social, y de mitigación de los impactos del cambio climático. Según el Banco Mundial, alrededor de 2.500 millones de personas no utilizan servicios financieros formales y el 75 % de las personas pobres, -mayoritariamente en países del Sur Global-, no tiene cuenta bancaria. Aquí es donde entran en juego las Finanzas Éticas específicamente enfocadas a las necesidades de estos colectivos, y que muy frecuentemente toman la forma de lo que llamamos microcréditos.
Microfinanzas: Empoderando a las comunidades marginalizadas más allá del crédito
Los microcréditos son pequeños préstamos otorgados a personas de bajos ingresos que carecen de acceso a la banca convencional. Estos préstamos, que en países empobrecidos generalmente oscilan entre unos pocos dólares y cientos de dólares, y que suelen ir acompañados de programas de formación, permiten a las personas prestatarias iniciar o expandir pequeños negocios, mejorar sus viviendas, acceder a educación y atención médica, y en última instancia, romper el ciclo de pobreza en el que se encuentran atrapadas.
Fuente: Economía Solidaria